Entré rodeado de mis colegas entre risas y codazos en aquel antro de mala muerte. El ambiente estaba cargado de humo y sudor como siempre. Ya era casi un olor familiar que implicaba unas eternas partidas de billar. Mientras Jimmy, Carmelo y estos decidian quien pagaba la primera partida, eche una ojeada al bar. Y la vi. Era extraño que no me hubiera fijado antes en ella. Era desulumbrante, brillaba con luz propia entre la sordidez del ambiente y los gritos. Apoyada en la barra, me miraba con sus ojos acuosos. Su larga melena de trigo era un canto de sirena y el Ulises que os lo cuenta se habia olvidado taponarse los oidos. Su piel de canela tiró un anzuelo que, por arte de birlibirloque, se ató a mi ombligo. Me habia ido acercando poco a poco como un automata idiotizado. Entonces mi brazo, con voluntad propia, la tocó. Su piel era de hielo, como las manos de todas las mujeres, pero su textura era... era... era suave hasta limites que un pobre diablo como yo no tiene derecho a tocar. y sin mediar palabra nos fundimos en un beso. Un beso largo humedo y violento. Su frescura restallaba contra mi lengua. Sus labios amargos humedecieron los mios secos como el aire del desierto. Pero todo se acaba. Ella me apreto un poco más y luego me solto. Se fué. Me dejo solo de nuevo. Mire mis manos donde minutos como siglos antes la habia sujetado. Me encogi de hombros y con una sonrisa sardonica grité:
-¡¿Me pones otra cerveza?!
Por la única que nunca me falla,
Birlo
1 comentario:
Dios carlos hay veces que me haces alucinar un pedazo de diez...
joder en serio me as flipado¡¡¡
muy muy bueno
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