14.10.10

Ventanas


Y el Sol se hundió tras el horizonte, dejando las purpureas nubes a merced de las estrellas. Tras la ventana, su cara languidecía, imitando al día. Con los ojos enrojecidos e hinchados, se obligó a apartar la vista. "Ya mirarás luego" se dijo "cuando termines". Y bajó de nuevo la cabeza.
Detrás de su ventana, los jovenes se reunían para su homilía semanal de mucho vino y poco pan. Los cines y teatros se llenaron de multitudes alegres, que acudían a cambiar sus problemas por los del heroe del espectaculo, conscientes de que la preocupación siempre que no sea propia, es mucho más ligera.

La noche, siguió avanzando, buscando el amanecer a pasos de baile, uniendo amantes, separando contenido de los estomagos de su recipiente original, entre humo y sudor, parandose a observar los tranquilos sueños infantiles. Y él, mientras tanto, insomne obligado, veía pasar la noche como quien ve pasar el tren de su vida y no tiene dinero para cogerlo.

El amanecer le sorprendió aún delante de su ventana. El Sol le acaració la cara para invitarle a salir. "No puedo" se dijo "aún no. Cuando termine." Y bajó de nuevo la mirada, esclavo de su fuerza de voluntad. Los gorriones y palomas piaron quejandose del frio del alba. El asfalto se colocó y poco a poco los urbanitas empezaron a tomar las calles a golpe de claxon y prisa. Pero dentro de su habitación, el aire seguía igual de cargado, dando esa sensación de inmovilidad que tienen los domingos por la tarde y las horas de la siesta.

El Sol siguió su camino, observando el Mundo, sorprendido por su eterno fluctuar. El Mundo, sin embargo, no presta atención al Sol suponiendo su posición vigilante. Pero ante el desinterés popular, él es el único que atiende al lorenzo, no tanto por el recorrido realizado, sino por las horas que caminan de la mano del astro rey.

Pero en lo que él no se fija es que da igual cuanto tiempo pase. Si no paras de mirar por la ventana y no miras a los apuntes, los examenes no se estudian solos.

Mirando por la ventana,
Birlo

26.9.10

Parece


que han pasado siglos desde la última vez que me senté a escribir. Lo echo de menos y me encuentro muchas noches jugando con frases y palabras que me encantaría compartir. Culparía a los horarios, a las inescusables cañas y copas con unos y otros, a los estudios, a cierta chica, a amigos inciertos y a otra serie de accidentales despistes que me han alejado de este teclado; pero al final uno tiene que sincerarse y no puedo culpar a otra persona que no sea yo.
Si bien siempre he defendido que uno no puede escribir sin ganas de ello, es igual de cierto que si tienes ganas de escribir, no deberías evitarlo. Porque por mucho que te esfuerces en lo contrario, la vida sigue siempre. La vida, sus golpes y caricias, se van acumulando en la parte trasera del cráneo, oprimiendo la expresividad y creando esa horrible sensacion de zozobra metalica en el pecho, de la que uno necesita liberarse pero no sabe bien como: Se buscan nuevas aficiones, tienes charlas mientras acechas alguna personalidad interesante, escuchas musica nueva, sales a beber, viajas, cazas luciernagas, tomas el sol, lees un libro que hace años te gustó y, en general, tratas de no estar quieto ni un momento.
Pero por muy rápido que camine, por muy lejos que viajes, siempre llega el duro enfrentamiento con tu almohada, con los interminables minutos antes de que te venza el sueño. Y no hay juez más duro que uno mismo. Y me reprocho otra vez más mi falta de voluntad y de constancia, mi abandono hacia algo de lo que hace poco me enorgullecía y que fue mi confesor en alta voz durante tanto tiempo. Me averguenza pensar cuantas veces me he visitado Agujas de Trigo para comprobar la obviedad de que no había nada nuevo escrito y enfadarme con esa parte de mi que se cree literato y no es más que plumilla de panfleto, que por su dejadez perderá algo de las cosas que siempre ha considerado hacer bien.
Por que, sin quererlo, llegué a crear una sensación de dependencia con este pequeño espacio digital, que era mi oyente más atento y comprensivo, al que contaba mis trascendentales problemas con tono altivo y solemne (ahora me rio o no entiendo la mayoria de ellos) sin pedir nada a cambio, más que quizás una actualización de vez en cuando y un poco de constancia. Pero mi necesidad de atención fue absorbida por otros eventos y como todo buen ególatra* mi cariño se desplazó a quien más caso me hacia. Y es que ni la mayor de las paciencias ni años de comprensión pueden ser rivales al dulcísimo pero efimero triunfo social de los bares.
Es por todo esto que hace siglos que no me siento a escribir. Es por todo esto que me lamento y me flagelo (de forma figurada, claro está) por haber abandonado a mis fieles compañeras del trigal.
Prometería ser más constante y volver a ver este blog como un florido valle de ideas, pero me conozco bastante bien. Solo espero que el placer de terminar un post, como el que me está invadiendo ahora mismo, sea suficiente para recordar en mi porque abrí esta página.

De nuevo,
Birlo

* Seguro que alguién se está frotando las manos con esta frase.

6.8.10

Y...

me descubro perdido entre las reminiscencias de un olor, antes sofocante ahora oculto, entre las arrugas de una vieja camiseta.
Y me recuerda a dias más verdes.
B.

28.4.10

Brindis

Y ahora que estamos todos reunidos, bien satisfechos, paladeando este calor, propongo un brindis:

Por el interminable segundo que precede una sonrisa.
Por los minutos que se perdieron en el fondo de tus ojos.
Por las noctambulas horas en las que deambulas por mi cabeza.
Por los dias de ansia y rabia, hija y madre de encuentros fortuitos.
Por ti, sin duda alguna y evidentemente. Chin chin!

Y mil jarras se alzaron salpicando de cerveza y alegria todos los rincones.
Birlo.

22.4.10

Bochorno

Miras a la ventana y ves el sol asomar sus cuernos, arañando la ciudad. Y sabes que va a ser un buen día. No hay ninguna razón para pensarlo: kilos de apuntes se desparraman por tu mesa, el móvil lleva mudo más de dos semanas, no te acuerdas del sabor de la cerveza y la última vez que saliste de la rutina universidad-casa fue para ir a hacer unas fotocopias. Y ni siquieran estaban bien cuadradas. Pero eso no importa. No importa porque hoy va a ser un buen dia. Y lo sabes sin necesidad de explicaciones.

Sales a la calle y lo hueles. Tensión contenida, electricidad estática. El sudor se pega a tu piel como una mortaja y el aire cargado ralentiza tus pasos. La gente que te rodea está crispada, como animales demasiado grandes para sus jaulas. Una sucia agresividad invade el vagón de metro donde viajas, la cafeteria donde comes, la clase donde estudias, la ciudad donde vives. Lo percibes con los pelos de la nuca y con la punta de la lengua. Y empiezas a dudar. Quizás no va a ser un buen día, las apariencias engañan y el instinto es más traicionero si cabe. Quizás no va a ser tan buen día.

Tienes que hacer y que entregar... bueno, es mejor no pensarlo. Total, no te vas a acordar de todo y si te acuerdas, no vas a tener tiempo para hacerlo. Pero da igual porque ya notas el agobio echandote su caluroso aliento en el cuello. Y nada sale bien.
Sigues sudando. El plan del fin de semana que parecía tan apetecible muta, cambia de forma, se transforma en una nube de humo. Te encuentras otra vez más en compañia de la comida rápida, tu sofá y alguna pelicula que se deje ver.
La gente te mira violenta, agresiva y notas sus ojos cansados y amargos como puñales en la espalda. Y ese chico que se parecia a Benicio del Toro que te iba a llamar ni siquiera te da un toque. Y esa chica con más curvas que una carretera de montaña que confiabas en que te mandara un mensaje ha decido joderte. Hay un rumor en tu interior, algo que crece. Te enfadas. No puedes evitarlo. El día, que nació sonriendo, ahora se rie de ti. No va a ser un buen día, piensas. Pero lo piensas, no lo sabes.
Sólo de nuevo. Sólo, jodido y triste como Prometeo. Maldices el amanecer engañoso, el calor viscoso, la tensión, la gente, a Dios y todo lo que se ponga por delante. Todo a la mierda. Arded en este calor sucio y pegajoso, cabrones. Todo a la mierda. Todo.




Hasta que el cielo se rasga en mil pedazos.
Pedazos que caen poco a poco, a camara lenta, como si estuvieran disfrutando del viaje. Un ejercito de agua que besa, que araña el suelo, se precipita sobre ti, te abraza y estás agradecido. Limpia poco a poco tu sucia exudación, te arranca las lagrimas a base de caricias, te reconforta, te levanta otra vez hasta el mundo.
Sonries. No queda otro remedio cuando lo entiendes todo. Sonries porque entiendes que hoy no es un mal día porque no existen los malos días. Un día solo es un lienzo en blanco. Eres tú el que puedes hacerlo bueno. Y lo sabes. Y siempre lo has sabido. Pero es más dificil percatarse de ello cuando el bochorno no te deja pensar.

Birlo.
PD: ¡Al fin! ¡Algo publicable!

6.4.10

Claustrofobia.


El suelo es blando y cálido, como la moqueta de una habitación de hotel. Lo nota a través del vestido. Hay un cierto olor a tabaco, no muy molesto, o al menos no más alguien se fumara un cigarro a varias mesas de distancia de donde estás cenando. Y aunque no le molesta, tiene interés por saber quien está fumando, asi que abre los ojos y mira alrededor.

A primera vista está en una gigantesca sala, quizás del tamaño de un teatro o de una plaza pequeña. Una sala con las altas paredes rojas, el blando y cálido suelo rojo y el techo, alzandose a más de cinco metros sobre su cabeza, del mismo color encarnado. La habitación, si se puede llamar así, está iluminada con una luz tenue que parece brotar de las mismas paredes y el suelo, arrojando una luz escarlata y le permite ver... nada. Porque no hay nada en toda la habitación. Ni una mesa, ni una lampara, ni una alfombra. Nada que salve a su vista de la monotonía carmesí .

Así que se ha despertado en una habitación roja. Roja y vacia. Piensa durante unos segundos en el cigarrillo que la ha incitado a abrir los ojos antes de darse cuenta de lo terriblemente aburrido que va a ser buscar la salida de una habitación tan grande. Además sin tabaco. Es momento de levantarse.

Cuanto antes empiece, antes la encontrará. Ya de pie, se alisa el vestido y mira de nuevo a su alrededor. Parece que las paredes no están tan lejos. Cosas de la perspectiva se dice, encogiendose de hombros. Decide acercarse a una pared y seguirla para encontrar la salida, como hacen los miedicas en el Tunel del Terror. Y echa a andar. Un pasito, y otro, y otro, y otro.

Y ya está. Ha dado la vuelta a la habitación y no ha encontrado ninguna puerta. Está atrapada. No hay escapatoria. Morirá de hambre, de sed o de algo peor allí. Va a echarse a llorar cuando cae en la cuenta. ¿He rodeado toda la habitación? se pregunta ¿Es aquí donde empecé a andar? ¿es más allá? No puede creerse lo boba que ha sido. Si no deja una señal, no sabe donde empezó a andar. Puede que no haya llegado o puede que se haya pasado. Habrá que volver a empezar, esta vez dejando el lazo del vestido en el suelo para poder ver donde empezó. Echa un vistazo a la sala otra vez. Parece más pequeña. No tiene sentido, las salas no encogen, ni siquiera las que son tan extrañas como ésta. Sin duda, ahora que la conoce más no le parece tan grande como a primera vista. Eso es lo que pasa, cosas de la perspectiva se dice. Y ahora a andar. Un pasito, y otro, y otro, y otro.

De repente pisa el lazo. No se lo esperaba. No puede ser. No puede haber tardado tan poco en rodear toda la sala. Es demasiado grande. Pero el lazo está ahi, acusador. Y no ha encontrado ninguna puerta. Está encerrada. Atrapada. No hay escapatoria. Morirá allí de hambre, de sed o de algo peor. Las paredes se vuelven agobiantes, demásiado cercanas. Cuando mira el otro lado de la habitación, es obvio que más cerca que la primera vez. Pero eso no puede ser. Las habitaciones no encogen. Y como la curiosidad es más fuerte que el miedo, decide cruzar la habitación de extremo a extremo para ver quien o que está moviendo las paredes y decirle cuatro palabras. Ya es suficiente con estar perdida y al borde de la claustrofobia como para que encima anden bromeando a costa de una. Y en doce pasos cruza la habitación. ¿Doce? ¿Como han sido tan pocos? No puede ser, volvamos y contemos bien, se dice. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. ¡¿Ocho?! Esto si que no puede ser. No, no, no. Levanta la mano hacia la cabeza en el clásico gesto que han adoptado todos los pensadores de rascarse la coronilla y grita al tocar algo. Al mirar hacia arriba ve el techo, a menos de un palmo. Y todo se aclara. No es una habitación menguante. Es ella, que está creciendo demasiado. Sí, no hay ninguna duda, es ella. Está creciendo de una manera desmesurada. Muy rápido. Demasiado rápido. Se acuerda de Alicia, la del País de las Maravillas cuando prueba uno de aquellos pastelillos. Lo que no recuerda es cómo se libró Alicia. De hecho, no recuerda si llegó a librarse o murió asfiaxiada. Se golpea la cabeza contra el techo. Parece que le queda poco tiempo para respirar.

Inacabado. Pero publicable por méritos propios.
Birlo