6.4.10

Claustrofobia.


El suelo es blando y cálido, como la moqueta de una habitación de hotel. Lo nota a través del vestido. Hay un cierto olor a tabaco, no muy molesto, o al menos no más alguien se fumara un cigarro a varias mesas de distancia de donde estás cenando. Y aunque no le molesta, tiene interés por saber quien está fumando, asi que abre los ojos y mira alrededor.

A primera vista está en una gigantesca sala, quizás del tamaño de un teatro o de una plaza pequeña. Una sala con las altas paredes rojas, el blando y cálido suelo rojo y el techo, alzandose a más de cinco metros sobre su cabeza, del mismo color encarnado. La habitación, si se puede llamar así, está iluminada con una luz tenue que parece brotar de las mismas paredes y el suelo, arrojando una luz escarlata y le permite ver... nada. Porque no hay nada en toda la habitación. Ni una mesa, ni una lampara, ni una alfombra. Nada que salve a su vista de la monotonía carmesí .

Así que se ha despertado en una habitación roja. Roja y vacia. Piensa durante unos segundos en el cigarrillo que la ha incitado a abrir los ojos antes de darse cuenta de lo terriblemente aburrido que va a ser buscar la salida de una habitación tan grande. Además sin tabaco. Es momento de levantarse.

Cuanto antes empiece, antes la encontrará. Ya de pie, se alisa el vestido y mira de nuevo a su alrededor. Parece que las paredes no están tan lejos. Cosas de la perspectiva se dice, encogiendose de hombros. Decide acercarse a una pared y seguirla para encontrar la salida, como hacen los miedicas en el Tunel del Terror. Y echa a andar. Un pasito, y otro, y otro, y otro.

Y ya está. Ha dado la vuelta a la habitación y no ha encontrado ninguna puerta. Está atrapada. No hay escapatoria. Morirá de hambre, de sed o de algo peor allí. Va a echarse a llorar cuando cae en la cuenta. ¿He rodeado toda la habitación? se pregunta ¿Es aquí donde empecé a andar? ¿es más allá? No puede creerse lo boba que ha sido. Si no deja una señal, no sabe donde empezó a andar. Puede que no haya llegado o puede que se haya pasado. Habrá que volver a empezar, esta vez dejando el lazo del vestido en el suelo para poder ver donde empezó. Echa un vistazo a la sala otra vez. Parece más pequeña. No tiene sentido, las salas no encogen, ni siquiera las que son tan extrañas como ésta. Sin duda, ahora que la conoce más no le parece tan grande como a primera vista. Eso es lo que pasa, cosas de la perspectiva se dice. Y ahora a andar. Un pasito, y otro, y otro, y otro.

De repente pisa el lazo. No se lo esperaba. No puede ser. No puede haber tardado tan poco en rodear toda la sala. Es demasiado grande. Pero el lazo está ahi, acusador. Y no ha encontrado ninguna puerta. Está encerrada. Atrapada. No hay escapatoria. Morirá allí de hambre, de sed o de algo peor. Las paredes se vuelven agobiantes, demásiado cercanas. Cuando mira el otro lado de la habitación, es obvio que más cerca que la primera vez. Pero eso no puede ser. Las habitaciones no encogen. Y como la curiosidad es más fuerte que el miedo, decide cruzar la habitación de extremo a extremo para ver quien o que está moviendo las paredes y decirle cuatro palabras. Ya es suficiente con estar perdida y al borde de la claustrofobia como para que encima anden bromeando a costa de una. Y en doce pasos cruza la habitación. ¿Doce? ¿Como han sido tan pocos? No puede ser, volvamos y contemos bien, se dice. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. ¡¿Ocho?! Esto si que no puede ser. No, no, no. Levanta la mano hacia la cabeza en el clásico gesto que han adoptado todos los pensadores de rascarse la coronilla y grita al tocar algo. Al mirar hacia arriba ve el techo, a menos de un palmo. Y todo se aclara. No es una habitación menguante. Es ella, que está creciendo demasiado. Sí, no hay ninguna duda, es ella. Está creciendo de una manera desmesurada. Muy rápido. Demasiado rápido. Se acuerda de Alicia, la del País de las Maravillas cuando prueba uno de aquellos pastelillos. Lo que no recuerda es cómo se libró Alicia. De hecho, no recuerda si llegó a librarse o murió asfiaxiada. Se golpea la cabeza contra el techo. Parece que le queda poco tiempo para respirar.

Inacabado. Pero publicable por méritos propios.
Birlo

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