A Klarkash-ton, señor del Averoigne
Una negra torre descolla entre tenues bancos de nubes;
alrededor un inmaculado, opresivo bosque.
sombra y silencio, moho y putrefacción, una mortaja
gris sobre antiguas lapidas hace tiempo desmoronadas.
Nigun pie ha hollado, ningun trino ha despertado
la mortal soledad de la noche eterna,
pero a veces se agita el aire con tembloroso bullir
cuando en la torre brilla un mortecino destello.
Aqui, en la soledad, mora aquel cuyas manos han trazado
extrañas obras que estremecen al mundo;
en espantosos, indescifrables jeroglificos ha revelado
lo que acecha más allá de los abismos estelares.
Oscuro Señor de Averoigne, tus ventanas se abren
a ensoñanciones que ningún otro puede acoger.
Este fue el último poema de Lovecraft. Me chifla; ante poesias como ésta solo puedo quitarme el sombrero y pensar que tras leer plumas así poco queda por mejorar.
Alimentando a Cthulhu,
Birlo
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