Me acuesto reventado. Y treinta segundos despues de cerrar los ojos oigo la voz de mi despertador chillandome para que mueva mi culo de su comodo envase de sábanas tibias. Me levanto entre un ejercito de legañas que me impiden ver los cereales. Y aun despues de todo (ducha a oscuras) consigo aparecer vestido (con todo en su sitio) por la puerta de la polvorienta clase.
Y ya estamos. Ocho y media. Economia. Antonino y sus pausas interminables. Caras de sueño por todos lados. Odio la macroeconomia, la microeconomia, el PIB, la tasa de paro... y mientras me estaba deleitandome en el arte de cagarme en Adam Smith mi pupitre empieza a levitar. Y a un metro del suelo, me levanto de la silla y sigo elevandome solo. Me dirijo a la ventana y la abro mientras me despido de Antonino con una elevación de mi dedo corazón. Y empiezo a volar. Rápido, rápido por el cielo azul. El frio y la velocidad hacen que los ojos me lloren. O puede que sea la felicidad. Jugeteo con las nubes, las pruebo y son dulces. Vacilo con las palomas que vuelan alejandose de mi sorprendidas. Y cuando intento comprobar cuantos loopings puedo hacer seguidos sin vomitar, me choco con la espalda de Holgado, mi compañero de juergas y de alante. Una risita de Kela y Cristina me indica que me he vuelto a quedar dormido en clase durante media hora. Y es que no es justo poder dormir solo seis horas.
Dormido,
Birlo
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