10.4.20

Una y otra vez.

El cielo gris plomo techando la pesadez del día.
La lluvia incesante de fondo, como el ruido blanco de un televisor desintonizado.
El dolor sordo en los lumbares, la combinación de una antigua lesión y una mala postura perenne en la silla del ordenador.
La viscosidad de los pensamientos, pegados los unos a los otros, como un rebaño de ovejas siendo atacadas por un lobo.
La claustrofobia de las mismas cuatro paredes constantes, eternas, agobiantes.
Un ataúd de gotelé color amarillo pálido.
Un regusto amargo en la boca, producto del café y los cigarros encadenados. 
Las legañas embarrando la mirada y una pátina brillante en el iris que refleja el brillo de la pantalla. 
La duda martilleante de si una copa antes del mediodía es buena idea. La duda de si solo una copa es buena idea.
La posibilidad de una ducha. La convicción de que despejará la cabeza y levantará el ánimo. La pereza de desnudarse. Desistimiento.
La misma formula repetida una y otra vez hasta la saciedad. Frase punto frase punto frase punto. Sin contenido, sin acción ni verbo, sin interés. El reflejo de la falta de imaginación. El ejemplo perfecto de una sociedad más preocupada por la estética que por el contenido. La falsa creencia de poder hacerlo mejor. La realización de la propia mediocridad.
El encierro en la cerrazón de la tristeza.

La ira de la mano de la tristeza. La ira que ataca todo lo que hay fuera de uno mismo. La ira que grita, que arrasa, que destruye con fuerza terrible la autocompasión.
La idea persistente, la necesidad apremiante de salir de este estado de ánimo
El tac-tac cada vez más fuerte, más rápido de las teclas. 
La convicción de ser mejor que esto. 
La consciencia de estar oxidado. 
La falsa promesa de la constancia. 
La voluntad de volver a hacerlo.
La pereza que se disipa.
Una sonrisa salvaje. 
Un intento más.

B.

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