29.6.07

Cuentos

Cuando los perros todavía llevan pantalones y las tazas de café bailaban flamenco, existió un reino lejano y maravilloso, envuelto en su burbuja de felicidad y bienestar. Todo el reino se maravillaba de la belleza de su princesa Alid y como mantenía una estupenda figura con solo coser tapices y desdeñar a todos los caballeros que venían a pedir su mano. Mas la princesa suspiraba y sus progenitores no sabían bien que hacer. Tenia todo, no quería nada y era infeliz.
Pero un día, un brujo, harto de la opresión de los reyes y del nuevo impuesto sobre pociones y varitas decidió dar un golpe de Estado. Era el malvado brujo Solloth, muy respetado por sus vecinos y que nunca se había negado a nada por sus vecinos y congéneres. Sin embargo, él sabía que haciendo el bien no conseguiría nada, tenía que ser un cabroncete. Así que con todo el dolor de su gran corazón entró al gigantesco castillo de Taras-leem y con la escusa de regalarle un anillo mágico a la princesa Alid, llegó al gran Salón donde el rey dormitaba. Solloth suspiró. Apuntó con un dedo. Invocó a Cthulhu. La piel del rey empezó a separarse a tiras. Una vez muerto el rey, Solloth decidió nombrarse el mismo rey. Mandó a la mimada princesa a el calabozo más profundo, oculto tras las 7 Puertas del conocimiento, los 3 Titanes invencibles y el Cancerbero.
Mientras tanto en la otra punta del reino, una gallina puso un huevo con tres yemas. La cocinera lo recordó como algo curioso para cotillear.
A la vez que todo estos acontecimientos ocurrían, en la ciudad cercana de Punta de Rosa, un granjero sin muchas luces, medio estrábico de un ojo y maloliente decidió ir a ofrecer su mano a la princesa, sin haberse enterado (hubiese sido milagro que se enterará de algo que no estuviera a más de dos pasos) del golpe de Estado llevado a cabo por Solloth.
Cuando llegó al castillo de Taras-Leem, los guardias le explicaron lo que había pasado y porque no podía ver a Alid. Tuvieron que explicarsélo un par de veces más hasta que entendió todo el mensaje y dejó de intentar entrar. Sin embargo, en su diminuto cerebro se había incrustado la idea de ver a Alid, así que consiguió entrar en una carreta de carne de vaca. Una vez dentro y cubierto de sangre, se deslizó sin que nadie le viera (inexplicablemente) hasta el pasadizo que conducía a lo más hondo del calabozo más profundo...

El resultado de pedirme cuentos es leer basura,
Birlo

PD: Quizá continúe pero no esperéis.

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