15.11.06

Ombligos


Nos quedamos ciegos de cerrar los ojos,

nos quedamos mudos de permanecer callados,

nos quedamos sin tacto de taparnos,

nos quedamos sordos de no quere oir,

Y ahora dime, oh tú que me escuchas,

¿Qué futuro nos espera si no tenemos devenir?

Carlos Nuño
Como empiezan todos los buenos cuentos, Tuikoj nunca destacó por nada. No era peor o mejor que nadie, ni el más ni el menos importante, ni el que tenia más o menos amigos. Un tipo tan normal y aburrido que daba asco. No tenia muchas aficiones, pero un dia descubrió la más alucinante de las experiencias, la más bella de las vistas, la más divertida de las aficiones: su ombligo. Un idilio con su ombligo, la parte más maravillosa de su cuerpo. Fue por casualidad. Estaba en la ducha cuando un poco de jabón se le metió dentro del orificio que tenia en medio de su barriga. Al quitarselo, vió su ombligo y empezó a preguntarse desde hace cuanto lo tenia ahi. Y se lo hurgó con el dedo. Ya no habia vuelta atrás.

Empezó mirandolo un poco cada dia. Cada dia un poco más, cada vez más hondo, cada vez más tiempo. Dejo de preocuparse por la familia, por los amigos (por el trabajo no, ¡por Dios! de algo tenia que alimentar a su ombligo) por el mundo exterior y se centro solo en su ombligo, su precioso ombligo. No podia dejar de mirarselo cada vez más grande, más rosado, más profundo.

Lamentablemente, como todos los bueno cuentos, éste termina mal. Tuikoj probó a meter la mano entera en el ombligo. Le cupo. Una vez con toda la mano dentro, probó a meter el brazo. Le cupo. Siguió con el otro brazo, los pies, las piernas...todo le cupo. Metió la cabeza y tras ella su tronco. No cayó en la cuenta que estaba desapareciendo. Estaba extasiado. Su amor de la barriga solo para él.
Al final, sobre la mesa solo quedaba un ombligo solitario. Un ombligo que jamás se preocupo por nadie.
Lamentablemente, esta historia se repite demasiadas veces.
Intentando no mirarme el ombligo,
Birlo

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