Mho cruzaba el lago de lagrimas de Taidjo hasta la isla de la Tristeza. Mantenerse a flote con la armadura de Esperanza era muy dificil pero la fuerza de la constancia y su inflexible determinación de conseguir la sonrisa de una rosa hacian que cada brazada le acercara más a su objetivo. Cuando empezó a sentir el limo grumoso en sus botas, dejó de nadar y se pusó en pie echando un vistazo a la isla azabache donde se encontraba. Una dama alba vestia un traje del color de la sangre y el fuego. Un gesto de la cabaza hzo que de la cabellera de Mho corrieran chispas humedas.
-Las princesas no tienen derecho a llorar.
-Deberiamos tener derecho a dejar de esperar a nuestro principe azul, tener derecho a trabajar la tierra y mostrarnos como seres humanos.
-Sois lo que sois por vuestra elección.
-¡Niego lo que soy! Estoy harta de esta falacia de placios de cristal y vasallaje de cerdos.
-En ese caso ya sabeis lo que debeis hacer.
-Mas temo hacerlo.
-¿Que honor hay en aquellos que se quejan y al tener la solución se escudan en el miedo para hacerlo?
-Está bien, Mho. Gracias.
-Estoy a sus olorosos pies, alteza.
Mientras Taidjo se quitaba el vestido y se posaba en el mar como una pluma, Mho desenfundó la espada y la clavó en tierra. La piedra se resquebrajó, como si fuera cristal saltó en mil pedazos. Los retorcidos arboles muertos se derribaron, los pajaros murieron carbonizados para cantar de nuevo y la rosa que sonreia, suspiró al fin por no tener que mantener esa mueca. Todo habia acabado. La princesa volvia a casa.
Con una enigmatica sonrisa,
Birlo
1 comentario:
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Salud
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